lunes, 27 de mayo de 2013

La Revelación

La revelación es la comunicación de Dios con el hombre. Puede ocurrir de muchas formas diferentes. Algunos profetas, como Moisés y José Smith, hablaron con Dios cara a cara. Algunas personas han tenido una comunicación personal con ángeles. Otras revelaciones han venido, según lo describió el élder James E. Talmage, "ora por sueños cuando uno duerme, ora por visiones cuando las facultades están despiertas."[1]
En sus formas más usuales, la revelación o inspiración viene por medio de palabras o pensamientos que se comunican a la mente (ver D. y C. 8:2-3; Enós 1:10), mediante una iluminación repentina (ver D. y C. 6:14-15), mediante sentimientos positivos o negativos con respecto a cursos de acción propuestos, o aun por medio de representaciones inspiradoras, como en las artes. Como lo ha declarado el Presidente Boyd K. Packer, "la inspiración viene más como un sentimiento que como sonido."[2]
Como supongo que ustedes están familiarizados con estas diferentes formas de revelación o inspiración, he decidido tratar este tema en términos de una clasificación diferente—el propósito de la comunicación. Puedo identificar ocho propósitos diferentes que se cumplen con la comunicación que viene de Dios: (1) testificar, (2) profetizar, (3) consolar, (4) elevar, (5) informar, (6) restringir, (7) confirmar, y (8) impulsar. Describiré cada uno de estos en ese orden, dando algunos ejemplos.
Mi propósito al sugerir esta clasificación y al dar los ejemplos, es persuadir a cada uno de ustedes a que busquen en su propias experiencias y concluyan que ya han recibido revelación y que pueden recibir más revelaciones, porque la comunicación de Dios a los hombres y mujeres es real. El Presidente Lorenzo Snow declaró que es "el gran privilegio de cada Santo de los últimos Días . . . tener las manifestaciones del espíritu cada día de nuestra vidas."[3]
El Presidente Harold B. Lee enseñó que "cada hombre tiene el privilegio de ejercer estos dones y estos privilegios en la conducción de sus propios asuntos; en la crianza de sus hijos en el camino que deben seguir; en el manejo de su negocio, o en lo que haga. Es su derecho el gozar del espíritu de revelación y de inspiración para hacer lo correcto, para ser sabio y prudente, justo y bueno, en todo lo que haga."[4]
Mientras examino los siguientes ocho propósitos de la revelación, espero que reconozcan el grado hasta el cual ustedes ya han recibido revelación o inspiración y que decidan cultivar este don espiritual para usarlo más frecuentemente en el futuro.
1. El Espíritu Santo testifica o revela que Jesús es el Cristo y que el evangelio es verdadero.
Cuando el apóstol Pedro afirmó que Jesucristo era el Hijo del Dios viviente, el Salvador lo llamó bienaventurado, "porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mateo 16:17). Esta preciosa revelación puede ser parte de la experiencia personal de cada buscador de la verdad, cuando se recibe se convierte en una estrella polar para guiarlo en todas las actividades de la vida.
2. Profetizar es otro propósito o función de la revelación.
Al hablar bajo la influencia del Espíritu Santo y dentro de los límites de su responsabilidad, una persona puede ser inspirada a predecir lo que pasará en el futuro.
Quien posee el oficio del profeta, vidente y revelador profetiza para la Iglesia, como cuando José Smith profetizó con respecto a la Guerra Civil (ver D. y C. 87) y cuando predijo que los Santos llegarían a ser un pueblo fuerte en las Montañas Rocallosas. La profecía es parte del llamamiento de un patriarca. Cada uno de nosotros también tiene el privilegio ocasional de recibir revelación profética que ilumine eventos futuros en nuestra vida, como el de un llamamiento que vamos a recibir. Citaré otro ejemplo, después de que nació nuestro quinto hijo, mi esposa y yo ya no tuvimos más hijos. Después de más de diez años llegamos a la conclusión de que nuestra familia ya no sería más grande, lo cual nos entristeció. Entonces un día, mientras mi esposa estaba en el templo, el Espíritu le susurró que tendría otro hijo. Esa revelación profética se cumplió más o menos un año y medio después con el nacimiento de nuestro sexto hijo, al que habíamos esperado durante trece años.
3. Un tercer propósito de la revelación es el de consolar.
Una revelación de este tipo le llegó al profeta José Smith en la cárcel de Liberty. Tras muchos meses de condiciones deplorables, él clamó en dolor y soledad suplicándole al Señor que se acordara de él y de los santos perseguidos. Esta fue la consoladora respuesta:
"Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos" (D. y C. 121:7-8).
El Señor declaró en esa misma revelación que no importaba que tantas tragedias o injusticias le sobrevinieran al Profeta, "entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien" (D. y C. 122:7).
Cada uno de nosotros conoce otros ejemplos de revelaciones de consuelo. Algunos han sido consolados con visiones de sus seres queridos fallecidos o al sentir su presencia. La viuda de un amigo me dijo que había sentido la presencia de su esposo fallecido en la cual le aseguraba su amor y preocupación por ella. Otros han sido consolados al ajustarse a la pérdida de un empleo o de un buen negocio o aun de su matrimonio. Una revelación de consuelo también puede venir como resultado de una bendición del sacerdocio, ya sea por las palabras expresadas o simplemente por el sentimiento comunicado por la bendición.
Otro tipo de revelación de consuelo es la seguridad que se recibe de que un pecado ha sido perdonado. Después de orar durante todo el día y toda la noche un profeta del Libro de Mormón registró que oyó una voz que le dijo, "Tus pecados te son perdonados y serás bendecido."
"Por tanto," escribió Enós, mi culpa fue expurgada" (Enós 1:5-6; ver también D. y C. 61:2). Dicha certeza, que llega a la persona que ha cumplido todos los pasos del arrepentimiento, brinda la seguridad de que el precio se ha pagado, que Dios ha escuchado al pecador arrepentido y de que sus pecados han sido perdonados. Alma describió ese momento como un tiempo en el que ya no se sintió "atormentado por el recuerdo" de sus pecados. "Y ¡oh que gozo, y qué luz tan maravillosa fue la que vi! Sí, mi alma se llenó de un gozo. . . . No puede haber cosa tan intensa y dulce como lo fue mi gozo" (Alma 36:19-21).
4. Relacionado muy de cerca con el sentimiento de consuelo está el cuarto propósito o función de la revelación: elevar.
En algún punto de nuestra vida cada uno de nosotros necesita ser levantado de una depresión, de una sensación de no ser adecuado, o de una corazonada, o simplemente de una mediocridad espiritual. Debido a que levanta nuestro espíritu y nos ayuda a resistir el mal y a buscar el bien, yo creo que el sentirse elevado después de leer las escrituras o de disfrutar de la música, el arte, o la literatura edificantes, es un propósito distinto de la revelación.
5. El quinto propósito de la revelación es informar.
Este puede consistir de la inspiración que le indica a una persona las palabras que debe decir en una ocasión particular, por ejemplo en una bendición patriarcal dicha por un patriarca, o en los sermones u otras palabras que se digan bajo la influencia del Espíritu Santo. El Señor le mandó a José Smith y a Sidney Rigdon que alzaran sus voces y que expresaran los pensamientos que serían puestos en sus corazones, "porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso lo que habéis de decir" (D. y C. 100:5-6; ver también D. y C. 84:85; D. y C. 124:97).
En algunas sagradas ocasiones, se ha dado información mediante conversaciones cara a cara con personajes celestiales, como en las visiones mencionadas en las escrituras antiguas y modernas. En otras circunstancias, la información necesaria se comunica mediante los suaves susurros del Espíritu. Un niño pierde una posesión atesorada, ora por ayuda, y es inspirado a hallarla; un adulto tiene un problema en el hogar, en el trabajo, o en la investigación genealógica, ora y es guiado a la información necesaria para resolverlo; un líder de la Iglesia ora para saber a quién quiere el Señor que llame para ocupar un puesto, y el Espíritu le susurra un nombre. En todos estos ejemplos—muy conocidos por todos nosotros—el Espíritu Santo actúa en Su oficio de maestro y revelador, comunicando verdades e información para la edificación y la guía de quien escucha.
La revelación de Dios sirve para todos estos cinco propósitos: testimonio, profecía, consuelo, elevar, e información. He hablado de ellos en forma breve, principalmente citando ejemplos de las escrituras. Ahora hablaré con más amplitud sobre los otros tres propósitos de la revelación, dando ejemplos de mi propia experiencia.
6. El sexto tipo o propósito de la revelación es el de restringirnos de hacer algo.
Por eso, Nefi, a la mitad de un gran sermón en el que explicaba el poder del Espíritu Santo, súbitamente declara, "Y ahora bien, . . . no puedo decir más; el Espíritu hace cesar mis palabras" (2 Nefi 32:7). La revelación que refrena es una de las formas más comunes de revelación. A menudo llega por sorpresa, aunque no hayamos solicitado revelación o guía acerca de un tema particular. Pero si estamos guardando los mandamientos de Dios y viviendo a tono con el Espíritu, una fuerza restrictiva nos apartará de las cosas que no debamos hacer.
Una de mis primeras experiencias en ser refrenado por el Espíritu sucedió un poco después de haber sido llamado como consejero en una presidencia de estaca en Chicago. En una de las primeras reuniones de presidencia, nuestro presidente de estaca propuso que nuestro nuevo centro de estaca se construyera en un lugar particular. Inmediatamente vi cuatro o cinco buenas razones por las cuales dicho lugar no era el correcto. Cuando se pidió mi opinión y consejo, me opuse a la propuesta y expresé cada una de las razones. Sabiamente, el presidente de estaca propuso que cada uno de nosotros orara al respecto durante una semana y que lo comentaríamos más en nuestra siguiente reunión. Empecé a orar sobre el asunto de forma mecánica, y de inmediato tuve la fuerte impresión de que yo estaba equivocado, que me estaba oponiendo a la voluntad del Señor y que debía dejar de oponerme a ella. No hace falta decir que fui refrenado y me uní a la propuesta de la construcción. Por cierto, la sabiduría de construir el centro de estaca en ese lugar se hizo evidente muy pronto, incluso para mí. Mis razones en contra fueron de corto alcance, y muy pronto me sentí agradecido de que se me haya restringido de confiar en ellas.

Hace algunos años en mi oficina en la Universidad de Brigham Young (BYU) tomé la pluma del escritorio para firmar un documento que se había preparado para mi firma, algo que yo hacía al menos una docena de veces cada día. Ese documento comprometería a la Universidad a seguir un cierto curso de acción que habíamos decidido tomar. Se habían realizado todas las labores necesarias, y todo parecía estar en orden. Pero cuando me disponía a firmar el documento, me sentí tan lleno de presentimientos y pensamientos negativos que lo puse a un lado y solicité que se revisara otra vez todo el asunto. Así se hizo y en unos cuantos días se conocieron nuevos datos que mostraron que el curso de acción sugerido le habría causado a la Universidad muy serios problemas en el futuro.
En otra ocasión el Espíritu vino en mi ayuda mientras preparaba un diario de un caso legal. Un diario consiste de varios cientos de opiniones de las cortes, agregándoles material explicativo así como un texto escrito por quien lo prepara. Mi ayudante y yo habíamos terminado casi todo el trabajo del libro, lo cual incluía la investigación necesaria para estar seguros que las opiniones de la corte no habían sido revertidas o anuladas. Justo antes de mandar el libro al impresor, estaba revisando el manuscrito cuando una opinión en particular me llamó la atención. Al verla tuve un profundo sentimiento de incomodidad. Le pedí a mi ayudante que verificara otra vez dicha opinión para ver que todo estuviera en orden. Él me reportó que todo estaba bien. Al hacer una revisión posterior al manuscrito ya terminado, fui detenido nuevamente en ese caso otra vez con sentimientos de incomodidad. En esa ocasión yo mismo fuí a la biblioteca. Allí descubrí en algunas publicaciones que acababan de llegar, que ese caso había revertido en una corte de apelaciones. Si esa jurisprudencia se hubiera publicado en mi diario, habría causado una vergüenza profesional muy seria. Me salvó el poder restrictivo de la revelación.

7. Confirmar. Una forma común de buscar revelación, consiste en proponer un curso de acción particular, y luego orar por inspiración que lo confirme.

El Señor explicó este tipo de revelación que confirma cuando Oliverio Cowdery falló en sus esfuerzos por traducir el Libro de Mormón: "He aquí, no has entendido; has supuesto que yo te lo concedería cuando tu no pensaste sino en pedirme.

"Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, haré que tu pecho arda dentro de ti; por tanto, sentirás que está bien" (D. y C. 9:7-8).
De igual manera, el profeta Alma compara la palabra de Dios a una semilla y les dice a las personas que estudian el evangelio que si dan lugar a que la semilla sea plantada en sus corazones, la semilla ensanchará su alma e iluminará su entendimiento y empezará a ser deliciosa para ellos (ver Alma 32). Ese sentimiento es la revelación del Espíritu Santo que confirma la veracidad de la palabra.
Hace algunos años, al hablar en BYU sobre el tema "Albedrío o Inspiración," el élder Bruce R. McConkie enfatizó nuestra responsabilidad de hacer todo lo que podamos antes de buscar una revelación. él citó un ejemplo muy personal. Cuando empezó a buscar una compañera para la eternidad, él no se acercó al Señor para preguntarle con quien debía casarse. "Salí y encontré a la señorita que quería," nos dijo, "Ella era adecuada para mí; . . . parecía. . . . que así debía ser . . . [entonces] todo lo que hice fue orar al Señor y pedirle alguna guía y dirección con respecto a la decisión que había tomado."[5]

El élder McConkie resumió su consejo acerca del equilibrio entre el albedrío y la inspiración de la siguiente manera: "Se espera que usemos los dones y los talentos y habilidades, el sentido común, la capacidad de juzgar y el albedrío con que hemos sido investidos . . . Se encuentra incluido en el pedir con fe, el requisito de que primero hemos de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para lograr la meta que queremos. . . . Se espera que hagamos todo lo que podamos, y entonces buscar una respuesta del Señor, un sello de confirmación de que hemos llegado a la conclusión correcta."[6]

Cuando era Representante Regional tuve el privilegio de trabajar con cuatro miembros del Quórum de los Doce y con otras Autoridades Generales mientras buscaban la inspiración al llamar a Presidentes de Estaca. Todos hicieron lo mismo. Entrevistaron a personas que vivían en la estaca—consejeros en la presidencia de estaca, miembros del sumo consejo, obispos, y otros que tenían experiencia en la administración de la Iglesia—les hicieron preguntas y escucharon su consejo. Al irse efectuando las entrevistas, los siervos del Señor en actitud de oración tomaron en cuenta a cada persona mencionada y entrevistada. Al terminarlas hicieron una decisión tentativa con respecto a quién sería el nuevo presidente de estaca. Esa propuesta fue presentada en oración ante el Señor. Si era confirmada, se extendía el llamamiento. Si no era confirmada, o si había alguna restricción, esa propuesta se dejaba de lado y el procesó continuaba hasta que se llegaba a una nueva propuesta y se recibía la revelación de confirmación.

Algunas veces las revelaciones de confirmación y de restricción se combinan. Por ejemplo, durante mi servicio en BYU se me invitó a dar un discurso ante una asociación nacional de abogados. A causa de que eso tomaría muchos días de preparación, era el tipo de invitaciones que declinaba rutinariamente. Al empezar a dictar una carta para declinar esa invitación en particular, me sentí restringido. Hice una pausa y reconsideré mi acción. Tomé en cuenta en qué forma podría aceptar la invitación, y cuando lo vi bajo esa luz, sentí la certera confirmación del Espíritu y supe que eso era lo que debía hacer.

El discurso que resultó, "Una Universidad Privada considera la reglamentación del Gobierno," abrió la puerta a una gran cantidad de oportunidades importantes. Fui invitado a dar ese mismo discurso ante varios grupos de prominencia nacional. Fue publicado en Vital Speeches [Discursos Vitales], en un periódico profesional, y en varios otros periódicos y libros, de los cuales se usó como una declaración significativa de los intereses de las universidades privadas en cuanto a la libertad de no estar sujetos a los requisitos del gobierno. Este discurso llevó a que BYU fuera consultada por varios grupos de iglesias pidiendo consejo con respecto a la relación adecuada entre el gobierno y los colegios asociados con iglesias. Esas consultas a su vez contribuyeron a que se formara una organización nacional de escuelas y universidades asociadas a iglesias que ha probado ser una magnífica coalición para oponerse en lo futuro a los reglamentos gubernamentales injustos o poco sabios. Al ver en retrospectiva ese evento, no tengo dudas de que esa invitación que casi rechacé fue una de esas ocasiones en las que un hecho al parecer insignificante marcó una gran diferencia.

Esas son las ocasiones en las que es vital que recibamos la guía del Señor, y esas son las veces en que la revelación vendrá a ayudarnos si es que la escuchamos y le hacemos caso.

8. Impulsar. El octavo propósito o tipo de revelación consiste en aquellas instancias en las que el Espíritu estimula a la acción a alguien.

Este no es un caso en el cual una persona se propone hacer algo y el Espíritu lo confirma o lo refrena. Se trata del caso en que la revelación viene sin buscarla e impulsa a la persona a que haga algo que no pensaba hacer. Obviamente, este tipo de revelación no es tan frecuente como los otros, pero su misma rareza la hace más significativa.

Un ejemplo de las escrituras se encuentra registrado en el primer libro de Nefi. Después de haber intentado obtener los registros preciosos del salón del tesoro en Jerusalén, el Espíritu del Señor le mandó que matara a Labán al encontrarlo ebrio en la calle. Esta no era la intención de Nefi y se sobrecogió y se opuso al Espíritu, pero nuevamente fue compelido a matar a Labán, y al fin obedeció a la revelación (ver 1 Nefi 4).

Los estudiosos de la historia de la Iglesia recordarán el relato de Wilford Woodruff en el cual una noche le vino la impresión de que debía mover su carromato y sus mulas lejos de una árbol. Así lo hizo, y su familia y sus animales se salvaron ya que el árbol fue derribado por un tornado que azotó treinta minutos después.[7]

Mi abuela Chasty Olsen Harris tuvo una experiencia semejante cuando era una jovencita. Estaba cuidando a unos niños que jugaban en el cauce de un río seco cerca de su casa en Castle Dale, Utah. De repente oyó una voz que la llamó por su nombre y le mandó que sacara a los niños del río y que los subiera a la orilla. Era un día despejado, y no había indicios de que fuera a llover. No vio razones para obedecer la voz así que continuó jugando. La voz le habló otra vez, apurándola. Esta vez obedeció la advertencia. Reunió a los niños muy rápidamente y corrieron hacia la orilla. Tan pronto como alcanzaron la orilla, una enorme pared de agua, que se originó en las montañas a muchas millas de distancia a causa de un chaparrón, pasó rugiendo por donde los niños habían estado jugando. De no haber sido por esa revelación impulsora, ella y los niños hubieran muerto.

El profesor Marvin Hill y yo teníamos nueve años trabajando en el libro Carthage Conspiracy [La Conspiración de Cartago] que trata acerca del juicio a los asesinos de José Smith, en el año 1845. Teníamos varios juegos de minutas del juicio; algunas tenían el nombre de su autor y otras no estaban firmadas. Las minutas más completas no estaban firmadas, pero debido a que las habíamos conseguido en la Oficina del Historiador de la Iglesia, estábamos seguros que se trataba de las minutas preparadas por George Watt, el escribano oficial de la Iglesia, que fue enviado para que registrara los procedimientos del juicio. Así lo hicimos notar en siete borradores del manuscrito de nuestro libro y revisamos todas nuestras fuentes en base a esa suposición.

Finalmente, el libro se terminó, y en unas pocas semanas mandaríamos el manuscrito final al impresor. Mientras estaba en mi oficina en BYU un sábado por la tarde, me sentí impelido a revisar un conjunto de libros y folletos que no habíamos estudiado y que estaba en una mesa detrás de mi escritorio. En la parte de abajo de una pila de 50 0 60 publicaciones distintas, encontré un catálogo impreso de las cosas que había en el Museo de Wilford C. Wood, y cuyo autor, el profesor LaMar Berrett, me había enviado un año y medio antes. Al mirar rápidamente este catálogo de los manuscritos de la Historia de la Iglesia, me fije en la página que describía el manuscrito de las minutas del juicio que le habíamos atribuido a George Watt. Esta página del catálogo decía que Wilford Wood había comprado en Illinois el original de esas minutas y le había dado a la iglesia la versión mecanografiada que habíamos obtenido en la oficina del Historiador.

De inmediato fuimos al museo Wilford Wood que se encuentra en Woods Cross, Utah, y allí conseguimos información adicional que nos permitió determinar que las minutas que creíamos que era la fuente oficial de la Iglesia, habían sido preparadas por uno de los abogados defensores. Volvimos a la Oficina del Historiador de la Iglesia y pudimos localizar por primera vez el juego original de las minutas del juicio preparadas por George Watt y que son oficiales y auténticas. El descubrimiento de estos documentos nos evitó un error muy grave en la identificación de una de nuestras principales fuentes de información y nos permitió enriquecer el contenido de nuestro libro de forma muy significativa. La impresión que recibí ese día en mi oficina es un ejemplo muy apreciado de la manera en que el Señor nos ayudará en nuestros propósitos profesionales rectos si es que calificamos para recibir las impresiones de Su Espíritu.

Poco después de empezar mi servicio en BYU, tuve otra experiencia especial con la revelación que impulsa. Como nuevo presidente, y sin experiencia, tenía muchos problemas que analizar y muchas decisiones que tomar. Por eso dependía mucho del Señor. Un día de octubre fui al Cañón de Provo para meditar en un problema particular. Aunque estaba solo y sin ningún tipo de interrupciones, me di cuenta que no me podía concentrar en el problema que me ocupaba. Otro asunto pendiente para el cual no estaba listo para analizar estaba metiéndose en mi mente: ¿Debíamos cambiar el calendario escolar a fin de terminar el semestre de otoño antes de la navidad?

Después de diez o quince minutos de esfuerzos infructuosos por eliminar este tema, comprendí qué era lo que estaba pasando. Me parecía que no era el momento de tratar el tema del calendario, y por lo mismo, no estaba buscando orientación al respecto, pero el Espíritu estaba tratando de comunicarse en este tema. Inmediatamente dediqué toda mi atención a ese asunto y empecé a registrar en una hoja de papel todas mis ideas. En unos cuantos minutos ya había anotado todos los detalles para un calendario de tres semestres con todas sus poderosas ventajas.

Regresé de prisa a la universidad y comenté el caso con mis colegas y se entusiasmaron mucho. Unos días después La Junta de Directores aprobó nuestro nuevo calendario propuesto, y publicamos sus fechas, justo a tiempo para hacerlo efectivo en el otoño de 1972. Desde entonces, he leído una y otra vez estas palabras del profeta José Smith y comprendí que tuve la experiencia que él describe: "Una persona podrá beneficiarse si percibe la primera impresión del espíritu de la revelación. Por ejemplo, cuando sentís que la inteligencia pura fluye en vosotros, podrá repentinamente despertar en vosotros una corriente de ideas, . . . y así, por conocer y entender el Espíritu de Dios, podréis crecer en el principio de la revelación."[8]

Ya he descrito ocho tipos o propósitos diferentes de la revelación: (1) testificar, (2) profetizar, (3) consolar, (4) elevar, (5) informar, (6) restringir, (7) confirmar, e (8) impulsar. Cada uno de estos se refiere a las revelaciones que se reciben. Antes de terminar, sugeriré unas cuantas ideas acerca de las revelaciones que no se reciben.

Primero, debemos entender lo que puede ser llamado como el principio de "la responsabilidad en la revelación". La casa de nuestro Padre Celestial es una casa de orden, en la cual se manda a Sus siervos a "obrar en el oficio al cual fuere[n] nombrado[s]" (D. y C. 107:99). Este principio es aplicable a la revelación. únicamente el Presidente de la Iglesia recibe revelación para guiar a toda la Iglesia. Solamente el presidente de una estaca recibe revelación para la guía especial de esa estaca. La persona que recibe revelación para el barrio es el obispo. Para la familia, es el principal poseedor del sacerdocio en la familia. Los líderes reciben revelación para sus áreas de responsabilidad. Los individuos pueden recibir revelación para guiar sus propias vidas.

Pero cuando una persona pretende recibir revelación para otra persona fuera de su propia área de responsabilidad—como el miembro de la Iglesia que clama tener revelación para dirigir a toda la Iglesia o una persona que clama tener revelación para dirigir a otra persona sobre la cual no tiene autoridad de presidencia de acuerdo al orden de la Iglesia—pueden estar seguros que tal revelación no es del Señor. "Hay señales falsas."[9] Satanás es un gran engañador, y él es la fuente de algunas de estas revelaciones espurias. Las otras son imaginarias.

Si una revelación está fuera de los límites de tu responsabilidad específica, sabes que no viene del Señor y por lo tanto no estás obligado por ella. He oído de casos en los que un joven le dijo a una señorita que debía casarse con él porque había recibido una revelación de que ella debía ser su compañera eterna. Si esta es una revelación verdadera, le será confirmada directamente a ella, si es que ella lo quiere saber. Mientras tanto, ella no tiene obligación de obedecerla. Ella debe buscar su propia guía y poner en orden su mente. El hombre puede recibir revelación para dirigir sus propias acciones, pero él no puede recibir revelación apropiada para dirigir las acciones de ella. Ella está fuera de su jurisdicción.

¿Y que de las ocasiones en las que buscamos revelación y no la recibimos? No siempre que solicitamos inspiración o revelación la recibimos. Algunas veces se demora la recepción de la revelación, y otras veces se nos permite usar nuestro propio juicio. No podemos forzar las cosas espirituales. Y así debe ser. El propósito de nuestra vida, que es obtener experiencia y ganar fe, se frustraría si nuestro Padre Celestial nos dirigiera en cada hecho, aun en cada hecho importante. Debemos tomar decisiones y experimentar sus consecuencias a fin de que desarrollemos la fe y la confianza en nosotros mismos.

Algunas veces no recibimos respuesta a nuestras oraciones, aun en las decisiones que consideramos muy importantes. Esto no quiere decir que nuestras oraciones no han sido escuchadas. Esto solo significa que hemos orado por una decisión que, por una razón u otra, debemos tomar sin la guía de la revelación. Quizás hemos pedido guía para escoger entre alternativas que son igualmente aceptables o igualmente inaceptables. Me permito sugerir que no hay una respuesta correcta o equivocada para cada pregunta. Para muchas preguntas solamente hay dos respuestas correctas o dos respuestas equivocadas. De esta forma, una persona que busca inspiración para decidir de cual de dos maneras se puede desquitar de otra persona que le hizo daño, es posible que no reciba una revelación. Tampoco la recibirá una persona que no tiene que decidir a causa de un evento futuro que se interpondrá, por ejemplo, que haya una tercera alternativa que sea claramente preferible. Una vez, mi esposa y yo estuvimos orando fervientemente para recibir guía para una decisión que parecía ser muy importante. No llegó ninguna respuesta. Se nos dejó solos para proceder en base a nuestro mejor juicio. No entendíamos el por qué el Señor no nos había ayudado con una impresión de confirmación o de restricción. No pasó mucho tiempo sin que supiéramos que no teníamos que tomar una decisión en esa cuestión ya que algo había sucedido que hizo que ya no se necesitara la decisión. El Señor no nos iba a guiar en escoger algo no necesario.

Es muy probable que una persona no reciba respuesta si busca ayuda para decidir entre dos cosas que son igualmente aceptables para el Señor. Así que, hay ocasiones en las que podemos ser igualmente útiles en dos lugares distintos. Cualquier respuesta es correcta. De igual manera, el Espíritu del Señor no nos dará revelación en asuntos triviales. Una vez en una reunión de testimonios escuché a una joven mujer que elogiaba la espiritualidad de su esposo, diciendo que él le presentaba al Señor cada pregunta que tenía. Dijo que la acompañaba a hacer las compras y que ni siquiera escogía entre dos marcas de vegetales enlatados sin que primero hiciera una oración al respecto. Esto me suena a algo indebido. Yo creo que el Señor espera que usemos la inteligencia y la experiencia que nos ha dado para que hagamos este tipo de decisiones. Cuando un miembro le pidió consejo al Profeta José Smith en cierto asunto particular, el Profeta declaró: "Es una gran cosa el pedir de las manos del Señor o el venir a Su presencia; y nos sentimos temerosos de acercarnos a él sobre asuntos de poca o ninguna importancia."[10]


Por supuesto, no siempre podemos juzgar si algo es trivial. Si parece que un asunto es de poca importancia, debemos proceder en base a nuestro propio juicio. Si la decisión es importante debido a cosas que desconocemos, tal como la invitación para hablar que comenté anteriormente, o escoger entre dos latas de vegetales cuando una contiene veneno, el Señor intervendrá y nos dará la ayuda. Cuando una decisión marcará una diferencia en nuestras vidas—sea obvia o no—y si estamos viviendo a tono con el Espíritu y buscamos su ayuda, podemos estar seguros de que recibiremos la guía que necesitamos para lograr nuestra meta. El Señor no nos dejará sin ayuda cuando una decisión sea importante para nuestro bienestar eterno.

domingo, 19 de mayo de 2013

¿Cómo te amo?

Deseo hablarles esta mañana acerca del amor como el de Cristo y de lo que a mi modo de ver tal tipo de amor puede y debe significar en relación a las amistades, el noviazgo, el cortejo y, a la larga, el matrimonio.

Encaro el tema con el pleno entendimiento de que es cierto lo que apenas hace un mes me dijo una recién casada: “¡Vaya si habrá cantidad de consejos al respecto!”. No es mi deseo el agregar sin razón más palabrería a esta abundante cantidad de consejos sobre el romance, pero creo que con la única excepción de ser miembros de la Iglesia, no existe afiliación más importante que la de “ser miembro de un matrimonio”, ni en esta tierra ni en la eternidad, y para los fieles, lo que no llega en esta vida llegará en la eternidad. Por lo cual, tal vez me perdonen ustedes el que, efectivamente, les dé más consejos, pero los consejos que deseo darles provienen de las Escrituras, del Evangelio, siendo éstos consejos válidos para los varones como para las mujeres. Nada tienen que ver con lo que está de moda, las opiniones populares o los truquitos amorosos, sino que tienen que ver sólo con la verdad. Así que les ruego que esta mañana me permitan colocar la amistad, el noviazgo y el matrimonio a la luz de las Escrituras y también comunicarles lo que es el amor verdadero.

Después de su maravilloso discurso sobre la caridad, Mormón nos dice en el séptimo capítulo de Moroni que ésta, la más elevada de todas las virtudes cristianas,deberá conocerse más correctamente como “el amor puro de Cristo”…y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien.

La caridad verdadera, el amor absolutamente puro y perfecto de Cristo, sólo se ha exhibido una vez en la historia del mundo: por medio de Cristo mismo, el Hijo viviente del Dios viviente. Mormón describe ese amor de Cristo con bastante detalle, así como lo hizo el apóstol Pablo algunos años antes al escribir su epístola a los corintios en la época del Nuevo Testamento. Al igual que con todas las cosas, el único que logró hacer todo totalmente bien, de manera perfecta, amando de la manera que todos intentamos amar fue Cristo, pero a pesar de que no logramos esa perfección, la norma divina se ha establecido.Dicha norma representa una meta por la cual debemos seguir esmerándonos, luchando, y con certeza, se trata de una meta que debemos apreciar continuamente.

Al hablar de este tema, permítanme recordarles que, tal como Mormón enseñó claramente, este amor, facultad, capacidad y correspondencia que todos deseamos tan vehementemente es un don. Se otorga, como dijo Mormón, lo cual implica que no viene sin esfuerzo y sin paciencia, pero al igual que la salvación misma, se trata en realidad de un don que Dios da a los “discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo”. Las soluciones a los problemas de la vida siempre provienen del Evangelio, tanto así que no sólo las respuestas se encuentran en Cristo, sino también el poder, el don, el otorgamiento, el milagro de dar y de recibir dichas preguntas. En lo que al amor se refiere, no existe doctrina más alentadora que esa.

El título de mi discurso proviene del maravilloso soneto “¿Cómo te amo?” de la Sra. Browning (Elizabeth Barrett Browning, Sonnets from the Portuguese, 1850, núm. 43). En esta ocasión no voy a entrar en detalles, pero me llama la atención el adverbio que escogió la poetisa; no escogió cuándo te amo, ni dónde te amo, ni por qué te amo, ni por qué no me amas, sino cómo. ¿Cómo te lo demuestro? ¿Cómo te revelo el verdadero amor que siento por ti? La Sra. Browning tenía razón: el amor verdadero se evidencia mejor en el “cómo”, y es precisamente con el “cómo” que Mormón y Pablo nos sirven de más ayuda.

El primer elemento del amor divino, del amor puro, que estos dos profetas enseñan es la benignidad, la abnegación, la falta de interés por sí mismo, de vanidad y de egocentrismo que consume. “Y la caridad es sufrida yes benigna, y no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo…”. He escuchado al presidente Hinckley enseñar en público y en privado lo que supongo que han enseñado todos los líderes: la mayoría de los problemas en el amor y en el matrimonio en realidad comienzan con el egoísmo. No es de sorprenderse que este comentario de las Escrituras —en el cual se esboza ese amor ideal que Cristo, el hombre más abnegado que jamás vivió, dio como ejemplo—comience por este punto.

Son muchas las cualidades que deben buscar en un amigo o en un novio (y está de más decir que en un cónyuge y compañero eterno), pero ciertamente figurará entre las primeras y las más básicas el que la persona sea sensible y atenta para con los demás, características mínimas de la abnegación que evidencian compasión y cortesía. “La mejor parte en la vida del hombre es su… bondad”, escribió el Sr. William Wordsworth (Lines Composed a Few Miles Above Tintern Abbey, 1798, versos 33–35). En todos nosotros abundan las limitaciones que esperamos que nuestra pareja pase por alto. Supongo que nadie tiene la apariencia o el dinero o la inteligencia para los estudios o la gracia en el habla que quisiera tener, pero en un mundo de tantos talentos y suertes que no siempre podemos controlar, me parece que lo que nos hace más atractivos son las cualidades que sí podemos controlar, tales como el ser atentos y pacientes, el hablar con amabilidad y el deleitarnos en los logros ajenos. No nos cuesta nada tener esos gestos, pero para quien los recibe, pueden significar todo.

Me gusta que Mormón y Pablo nos indiquen que el individuo que realmente ama, no “se envanece”. ¡No se envanece! Fantástica la idea, ¿verdad? ¿Nunca han estado con alguien que es tan presumido y vano que parecía tener un cartel con las palabras “yo me quiero a mí”? El Sr. Fred Allen observó que ese tipo de persona cree poder salir a pasear en el día de los enamorados tomándose su propia mano. El amor verdadero florece cuando nos importa más la otra persona que nosotros mismos. Esa clase de amor se ve en el gran ejemplo de la expiación de Cristo, y debería verse más en la bondad que mostramos, el respeto que damos, la abnegación y la cortesía que evidenciamos en nuestras relaciones. El amor es frágil, y existen elementos en la vida que procuran destruirlo. Es mucho el daño que se puede hacer si no nos encontramos en manos tiernas y bondadosas. El entregarnos por total a otra persona, como lo hacemos en el matrimonio, es el paso de todas las relaciones humanas que mayor confianza requiere, ya que se trata de un acto de verdadera fe, una fe que todos debemos estar dispuesto a ejercer.

Si lo hacemos bien, compartimos todo con la otra persona: nuestras esperanzas, miedos, sueños, flaquezas y alegrías. No puede haber noviazgo serio, ningún compromiso o matrimonio que valga la pena si no invertimos todo lo que tenemos, y de ese modo nos depositamos toda nuestra confianza en la persona que amamos. No se puede hallar el éxito en el amor si, por las dudas, nos mantenemos aunque sea un poco aislados emocionalmente. La naturaleza misma de la relación hace necesario que uno se aferre al otro con todas sus fuerzas y que ambos se lancen juntos a la piscina. Teniendo eso en mente, y también el llamado de Moroni en pro del amor puro, deseo recalcar lo vulnerable y delicado que es el futuro del compañero que les acompaña, cuyo futuro se coloca en las manos de ustedes con el fin de que lo resguarden, sea hombre o mujer, porque se aplica en ambos casos.

Mi señora y yo llevamos casi 37 años de casados, o sea que nos faltan unos seis años para haber estado juntos el doble de tiempo del que estuvimos separados. No sé todo sobre ella, pero he aprendido bastante en 37 años, así como ella ha aprendido. Sé lo que le gusta y lo que no, así como ella lo sabe de mí. Conozco sus gustos, intereses, anhelos y sueños, así como ella conoce los míos. A medida que nuestro amor ha aumentado y nuestra relación ha madurado, ha ido aumentando nuestra franqueza respecto a esas cosas. El resultado es que ahora entiendo con mayor claridad cómo ayudarla, y, si quisiera, exactamente cómo herirla. En la honestidad de nuestro amor —un amor que no puede ser verdaderamente como el de Cristo si no hay devoción total—, no cabe duda que Dios me tendrá por responsable de cualquier daño que yo le cause a ella si intencionalmente la exploto o hiero después de que ella ha depositado tanta confianza en mí, habiéndose despojado hace mucho tiempo de cualquier tipo de barrera de protección, a fin de que podamos ser “una carne”, como dice el pasaje de las Escrituras. Si yo le colocase trabas o la aplacara en cualquier forma con el fin de anteponerme a ella o de satisfacer mi vanidad o de sentir que la domino emocionalmente, eso debería descalificarme de inmediato de ser su esposo. De hecho, debería condenar mi alma miserable a una prisión eterna en ese edificio grande y espacioso que, según Lehi, es la cárcel de quienes están llenos de “vanas ilusiones” y del “orgullo del mundo”. ¡Con razón el edificio está ubicado al lado contrario al del árbol de la vida que representa el amor de Dios! Cristo jamás fue envidioso ni jactancioso, ni se vio consumido en la satisfacción de sus propias necesidades.

Ni siquiera una sola vez, ni una, procuró sacar ventaja abusando de otro; por lo contrario, se deleitó en la felicidad de los demás, en la felicidad que Él les podía dar. Él fue por siempre bondadoso. En el cortejo, yo les recomendaría que no pasaran ni cinco minutos con alguien que los desprecie, que los critique constantemente, que les sea cruel y tenga la audacia de llamarlo humor. La vida de por sí es dura, por lo cual no necesitan estar con alguien que, aunque se supone que los ama, esté constantemente minándoles la autoestima, el sentido de dignidad, la confianza y la alegría. Cuando estén en manos de esta persona, ustedes tienen el derecho a sentirse a salvo físicamente y seguros emocionalmente.

Los miembros de la Primera Presidencia han enseñado que “cualquier maltrato a cualquier mujer no es digno de ningún poseedor del sacerdocio” y que “[ay de] cualquier hombre poseedor del sacerdocio de Dios que de cualquier forma maltrate a su esposa, que degrade, o hiera, o se aproveche indebidamente de… mujer” alguna, lo cual incluye a amigas, muchachas con las que salgan, novias, prometidas y, claro está, esposas (James E. Faust, “El más elevado lugar de honor”, Liahona, julio de 1988, pág. 39, y Gordon B. Hinckley, “El bien frente al mal”, Liahona, enero de 1983, pág. 145).

Así sea que cuando vayan a salir sólo a comer o a practicar algún deporte, vayan con alguien con quien puedan divertirse de manera buena y sana. Por otro lado, cuando salgan en plano de noviazgo, o con alguien que podría llegar a ser su novio, les pido que por favor lo hagan con una persona que les inspire a superarse y que no sienta celos del éxito que ustedes puedan tener, que sea con alguien que sufra cuando ustedes sufren y a quien la felicidad de ustedes le provoque felicidad propia.

La segunda parte de esta enseñanza en Moroni 7:45 que las Escrituras nos presentan sobre el amor dice que la caridad verdadera, o sea, el amor verdadero “…no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad”. Piensen en la cantidad de discusiones y de sentimientos heridos que se podrían salvar, de personas que se podrían empezar a hablar de nuevo y, en el mejor de los casos, de separaciones y divorcios que se podrían evitar, si no nos enojáramos tan fácilmente, si no pensáramos lo malo de los demás y si, además de no regocijarnos en la iniquidad, ni siquiera nos regocijáramos en las pequeñas equivocaciones.
Las rabietas no son agradables ni siquiera en el caso de los niños, y son odiosas en los adultos, en particular si se trata de adultos que supuestamente se aman. Nos enfadamos con demasiada facilidad. Somos demasiado propensos a pensar que nuestro compañero nos quiso hacer un daño, un mal, como quien dice. Y por estar a la defensiva o responder con celos, con demasiada frecuencia nos regocijamos cuando vemos que él se equivoca o nos damos cuenta que él tiene la culpa. Seamos más disciplinados en lo que concierne a este asunto, actuando como personas un poco más maduras. Si es necesario, muérdanse la lengua. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). Tal vez una de las cosas que marca la diferencia entre un matrimonio mediocre y uno grandioso es que en el caso del matrimonio grandioso, los cónyuges pasan por alto algunas cosas sin hacer comentarios y sin reaccionar.

Anteriormente hice mención de Shakespeare. Cuando alguien pronuncia un discurso sobre el amor y el romance, no está de más esperar que se haga alguna referencia a Romeo y Julieta, pero permítanme hacer referencia a una historia mucho menos virtuosa. En el caso de Romeo y Julieta, el desenlace fue el resultado de la inocencia descarriada, una especie de yerro triste y desconsolador entre dos familias que debieron ejercer mejor juicio, pero en el relato de Otelo y Desdémona, la angustia y la destrucción son calculadas, impulsadas por la malicia desde el principio. De todos los villanos que aparecen en las obras de Shakespeare, y tal vez en toda la literatura, no aborrezco a ninguno como a Yago. Incluso la mención de su nombre me hace pensar en el mal, o por lo menos su nombre ha llegado a asociarse con el mal. ¿Y en qué consiste su mal, y la susceptibilidad trágica, casi inexcusable, que Otelo le tiene a tal mal? Consiste en la violación de Moroni 7 y 1 Corintios 13. Entre otras cosas, pensaron que había mal en donde no había, aceptaron una maldad imaginada. Estos villanos no se regocijaron “en la verdad”. Refiriéndose a la inocente Desdémona, Yago dijo lo siguiente: “Así la enviscaré en su propia virtud y extraeré de su propia generosidad la red que [capture] a todos en la trampa” (William Shakespeare, Otelo, el moro, acto segundo, escena tercera, versos 366–368).

Sembrando la duda y las insinuaciones endiabladas, fomentando los celos y el engaño y finalmente la ira asesina, Yago logra hacer que Otelo le quite la vida a Desdémona, convirtiendo a la virtud en visco, a la bondad en una mortal red. Ahora bien, gracias al cielo, esta mañana y en este lugar algo inocente, no estamos hablando de la infidelidad, real o imaginada, ni del asesinato, pero dado que estamos en un lugar donde se fomenta el aprendizaje universitario, desglosemos las enseñanzas que se nos presentan. Piensen lo mejor de los demás, especialmente de los que ustedes aman. Den por sentado lo bueno y pongan en duda lo malo. Nutran dentro de ustedes mismos lo que Abraham Lincoln llamó “lo más noble y santo de nuestra naturaleza” (Primer discurso inaugural, 4 de marzo de 1861). Otelo se pudo haber salvado, incluso en el último momento, cuando besó a Desdémona y su pureza resultó tan evidente. “¡Oh, [beso] que casi persuade a la justicia a romper su espada!” declaró Otelo (acto quinto, escena segunda, versos 16–17).
Pues bien, él hubiera podido evitar la muerte de ella y su propio suicidio consecuente si hubiera roto lo que él llamó la espada de la justicia en lugar de, por así decirlo, ajusticiarla a ella. Este relato trágico y triste que nos llega de los días de la reina Elizabeth de Inglaterra pudo haber tenido un desenlace esplendoroso y feliz si un hombre no hubiera pensado el mal y no hubiera ejercido su influencia para hacer que otro pensara el mal, si un hombre no se hubiera regocijado en la iniquidad sino en la verdad.

En tercer lugar, y por último, los profetas nos dicen que el amor verdadero “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:7). Una vez más, lo que tenemos aquí es en realidad una descripción del amor de Cristo; Él es el ejemplo perfecto de alguien que sufrió y creyó y esperó y soportó. A nosotros se nos extiende la invitación de hacer lo mismo en el cortejo y en el matrimonio, hasta donde nos sea posible. Soporten. Esperen. Hay cosas en la vida que quedan fuera de nuestro control, y esas son las que se deben soportar. En el amor y en la vida matrimonial, hay ciertas decepciones con las que tenemos que vivir, hay ciertas situaciones en la vida que nadie quiere enfrentar, pero que cuando ocurren, hay que soportarlas, creyendo y esperando que las angustias y dificultades lleguen a su fin; hay que soportar hasta que al final, las cosas se arreglen. Uno de los grandes objetivos del amor verdadero es ayudarse el uno al otro en esos momentos difíciles.

Nadie debería enfrentar esas pruebas solo. Podemos soportar casi todo si tenemos a alguien a nuestro lado que nos ama de verdad y que nos aliviana la carga. Al respecto, un amigo que enseña en BYU, el profesor Brent Barlow, me comentó algo sobre las marcas que se pintan en los cascos de los barcos para indicar la cantidad máxima de cargamento que los navíos pueden llevar sin hundirse. Cuando era joven y vivía en Inglaterra, Samuel Plimsoll disfrutaba de ver cómo cargaban y descargaban los barcos. Pronto advirtió que, sin importar cuánto espacio tuviera la nave para cargamento, todo barco tenía su capacidad máxima, capacidad que si era excedida, probablemente resultara en que el navío se hundiera en alta mar. En 1868, Plimsoll pasó a formar parte del parlamento, e hizo aprobar la ley de transporte marítimo mercantil, según la cual, entre otras cosas, se habían de hacer cálculos que determinaran cuánto cargamento podía transportar cada embarcación, con el resultado de que en Inglaterra se comenzaron a trazar en el casco de cada nave las marcas que ya mencioné. Cuando se colocaba el cargamento en la nave, la embarcación se hundía de a poco hasta que el agua llegaba a las marcas de Plimsoll, momento en que se consideraba que el barco había llegado a su capacidad máxima, sin importar cuanto espacio vacío sobraba. El resultado fue que el número de británicos que morían en alta mar se redujo en gran manera.

Al igual que los navíos, las personas tienen diferente capacidad en momentos diferentes e incluso en días diferentes. Es así que en nuestras relaciones debemos trazar nuestras propias marcas de Plimsoll y ayudar a determinar las de nuestros seres queridos.

Juntos debemos prestar atención a los niveles de carga y, cuando veamos que nuestro amado se hunde, ayudar a desechar parte de la carga o ajustarla. Una vez que la nave del amor se encuentre estable nuevamente, podremos hacer una evaluación de lo que se puede conservar a largo plazo, lo que puede dejarse para más tarde y lo que debe abandonarse. Los amigos, los novios y los cónyuges deben tener la habilidad de prestar atención constante a las presiones de cada uno y de reconocer las etapas cambiantes de la vida. Tenemos el deber del uno para con el otro de establecer ciertos límites y de ayudar a deshacernos de ciertas cosas si éstas arriesgan la salud emocional y la fortaleza de la relación amorosa. Recuerden que el amor puro “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, y ayuda a los seres queridos a hacer lo mismo.

A modo de conclusión: En sus palabras de testimonio finales, Mormón y Pablo declaran que “la caridad [o el amor puro] nunca deja de ser” (Moroni 7:46, 1 Corintios 13:8). Tal amor perdura en las buenas y en las malas, cuando hace sol y cuando hay tormenta. Nunca deja de ser. Cristo nos amó de esa manera, y es así que Él anhela que nos amemos los unos a los otros, lo cual queda claro en una instrucción final que dio a sus discípulos de todas las épocas: “Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Juan 13:34; cursiva agregada). Por supuesto, ese poder de perseverancia como el de Cristo, en el romance y el matrimonio, requiere que demos más de lo que realmente tenemos, puesto que requiere algo adicional: una dádiva celestial. Recuerden que Mormón prometió que tal amor, el amor que cada uno anhela y al cual se aferra, se otorga a los discípulos verdaderos de Cristo. ¿Desean ustedes capacidad, seguridad y protección en el noviazgo y en el romance, en la vida matrimonial y en la eternidad?.

Sean fieles discípulos de Jesús. Sean Santos de los Últimos Días genuinos y devotos de palabra y hechos. Crean que su fe tiene que ver en todo lo relacionado con su romance, porque así es. Separar el noviazgo del discipulado es riesgoso, o en palabras más positivas, Jesucristo, la Luz del Mundo, es la única lámpara con la cual pueden ver con éxito el sendero del amor y la felicidad de ustedes y de su ser amado. ¿Cómo te debo amar? Así cómo Él lo hace, de la manera que “nunca deja de ser”. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.

*Brigham Young University (1999–2000 Speeches, págs. 158–162)

Élder y Hermana Holland